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Caracas, 11 Mar. AVN (Hernán Mena Cifuentes).- “Me pregunto, cómo y por qué Estados Unidos, un país en todo tan grande, ha tenido, tantas veces, tan pequeños presidentes…George W. Bush es quizá el más pequeño de todos…este hombre se presenta ante el mundo con la pose grotesca de un cowboy que hubiera heredado el mundo y lo confundiera con una manada de ganado.”
De esa manera, el fallecido Premio Nobel de literatura, José Saramago analizaba la personalidad de Bush en el prólogo de El Nerón del Siglo XXI, obra del periodista estadounidense James Hatfield, muerto en extrañas circunstancias luego de escribir esa “biografía no autorizada del anterior inquilino de la Casa Blanca que, a través de una exhaustiva labor investigativa, explora en detalles de su vida, su entorno, sus negocios el financiamiento de sus campañas electorales y su adicción a la cocaína, al alcohol.”…
Lamentablemente, el laureado escritor portugués, al momento de dibujar ese breve bosquejo de la personalidad de Bush, en el que además lo describe como “hombre de mediocre inteligencia, ignorancia abisal, expresión verbal confusa y permanentemente atraída por la irresistible tentación del disparate”, no conocía, la personalidad de Barack Obama, en virtud de la recién investidura presidencial de éste, lo que habría impedido, junto con su muerte, que hiciera un estudio similar del sucesor de Bush.
Sin embargo, apartando la distancia que separa a Obama de Bush en cuanto a inteligencia, forma de expresarse, formación académica y otras ventajas que obviamente favorecen al actual mandatario frente a su antecesor en la presidencia, existen a la vez, factores de similitud en la manera con que ambos, Bush en su momento, y Obama actualmente, han manejado los asuntos vinculados a la estrategia político-militar del imperio más poderoso de la historia.
Y es allí, donde, en el marco de una rara y macabra simbiosis, la personalidad de ambos se confunden en una sola y tenebrosa forma de pensar y actuar dedicada a la que ha sido la secular estrategia de conquista y dominación mundial diseñada y ejecutada al amparo del Destino Manifiesto, suerte de mandato divino, que les ordena, según proclamaron los padres fundadores de EE UU, a llevar la libertad y civilización a los pueblos bárbaros del planeta.
No se trata por lo tanto, de que Obama y Bush sean diferentes, eso nada importa. Lo que en verdad interesa al Imperio, es que prevalezca por encima de cualquier diferencia de personalidad, de la manera de pensar de cualquier presidente estadounidense, la misión que se ha trazado un país, y cuya meta es el dominio total del planeta tierra, y para alcanzarla, escogieron el camino perverso y tenebroso de la guerra.
Ya lo preveía el presidente William H. Taft en 1912, cuando, en insolente declaración sustentada en la soberbia y prepotencia que caracteriza a todo gobernante yanqui, anunciaba el inminente dominio de EE UU sobre América Latina, región que por su cercanía y vulnerabilidad de entonces, fue seleccionada como víctima inicial, primera fase del proyecto de conquista y dominación mundial diseñado por el naciente Imperio.
“No está lejano el día, -dijo Taft- en que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro territorio: Una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro, de hecho, como en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moralmente.”
Se cumplía la predicción del Libertador quien dijo que “los EE UU parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad,” tragedia que asoló a nuestros pueblos victimas durante décadas, de invasiones, dictaduras y seudo democracias pitiyanquis, hasta que, primero a Revolución Cubana y mas tarde la Revolución Bolivariana dieron el ejemplo libertario que hoy se extiende por la región y está desalojando al Imperio de sus antiguos feudos.
Pero el proyecto de conquista imperial siguió su marcha, y con el tiempo se extendió a otras regiones como el Medio Oriente y Asia Central para adueñarse de las inmensas reservas petroleras y de otros materiales estratégicos allí existentes, para alimentar la maquinaria bélica de EE UU y la insaciable sed consumista de su sociedad, plan al que se sumaron los países europeos de Occidente, tan duchos como los yanquis en ese afán predador de pueblos.
Y como ahora las cosas le salieron mal en Túnez y en Egipto y están por salirle igual en Yemen, Jordania, Bahrein y Marruecos, donde las protestas populares buscan destronar a reyes absolutistas y dictadores pro yanquis que sojuzgan a sus pueblos y permiten la instalación de bases militares destinadas a conquistar a otros países, su mirada de codicia se ha vuelto hacia Libia, con el propósito de apoderarse de sus inmensas de gas y de petróleo.
La conspiración contra Muammar Gaddafi, la promueve Obama, el Premio Nobel que hace la guerra, el mismo que decidió atizar las llamas de ese infierno en que convirtió junto Bush a Afganistán, el mismo que al juramentarse como presidente iluminó con luces de esperanza y paz a la humanidad diciendo que “el mundo ha cambiado y nosotros debemos cambiar con él”, pero todo un engaño, como la promesa de cerrar ese antro de torturas que es Guantánamo.
Porque, apenas hace una semana, el presidente, faltando a su palabra de compromiso, ordenó la reanudación de los juicios militares a los presos recluidos en ese campo de concentración, donde se ha torturado a centenares de seres humanos, aplicando métodos tan bárbaros y crueles, que llevaron a algunos de los prisioneros a escapar del sufrimiento y el dolor a que eran sometidos, a través de la única salida posible: el suicidio.
Eso comprueba que, pese al abismo existente entre Bush y Obama en materia de inteligencia, educación y posiciones diferentes frente a la práctica de vicios como el alcoholismo y la drogadicción que afectaron o que aún podrían afectan al primero, no cuenta al momento de asumir decisiones como jefes de Estado, ya que no pueden desviarse del principio que ordena que, por encima de todo rasgo o voluntad personal debe imponerse la estrategia de conquista del Imperio.
Sin embargo, Obama debe asumir como todos sus predecesores en la Casa Blanca, la responsabilidad de ordenar guerras, de tolerar los crímenes de lesa humanidad que perpetran los soldados yanquis en Guantánamo, los bombardeos de sus jets que lanzan misiles y sus “drones asesinos”, que impunemente a diario matan niños, ancianos y mueres en Afganistán y su mas reciente conspiración mediática, la guerra de Cuarta Generación lanzada contra Libia.
Es un genocidio impune, porque para juzgarlos por la siembra de muerte y destrucción que desataron en Irak y hoy adelantan en Afganistán, mientras se preparan para hacerlo en Libia, el Consejo de Seguridad de la ONU no tiene autoridad alguna, que sí la tiene y está presto a ejercerla cuando de condenar a una nación del Tercer Mundo se trata, como ocurrió días atrás al condenar a Libia, imponiéndole sanciones políticas, económicas, financieras y militares, sin poseer prueba alguna de su culpabilidad.
La razón de ello es que EE UU, Francia y Gran Bretaña, como miembros del Consejo de Seguridad, hacen las veces de juez y parte en esa instancia, ya que al momento de ser juzgados por algunos de sus frecuentes crímenes de lesa humanidad, votan en contra, y si persiste la mayoría que busca sancionar al país acusado, este recurre al veto, vil instrumento creado por ellos, únicamente para ellos y así se salva el culpable de un crimen, incluyendo el de genocidio.
A esa “patente de corso” sólo tienen acceso los miembros de un club exclusivo conformado por las potencias aliadas que vencieron a el Eje (Alemania y Japón) en la Segunda guerra mundial, incluyendo a China y la ex Unión Soviética cuyo lugar ocupó la Federación Rusa, tras la desaparición de la URSS, pero es EE UU quien hace mas uso del casi siempre para defender al Estado sionista de Israel, de los crímenes que comete contra el pueblo palestino.
Esta “licencia para matar” le ha permitido a EE UU y a sus aliados, perpetrar los más horrendos genocidios, como los cometidos en Irak, Líbano, Palestina y Afganistán donde han perecido bajo las bombas y misiles de sus ejércitos millones de seres humanos que aún esperan que se haga justicia, la que no llega en tanto, se refugien en el veto, al que se niegan a renunciar.
No sorprende, por lo tanto, que Ghassan Charbel, editor jefe del prestigioso diario Al-Hayat, de Londres, haya escrito una crónica titulada El Sepulturero, que refleja el pensamiento del mundo árabe y del resto de los pueblos del Tercer Mundo que rechazan y condena la acción predadora que Obama como presidente de EE UU y de sus socios europeos adelantan en el Medio Oriente y el Magreb, especialmente contra Libia, trabajo del cual copiamos los siguientes párrafos:
“Es la insolencia extrema, una agresión abierta, una interferencia directa en los asuntos internos, una descarada violación de la soberanía nacional, desvergonzado desprecio por la revolución, sus valores y su justicia. Es la ley de la selva. Mi sangre hierve cada vez que lo oigo exhortando a un gobernante para que garantice una transferencia suave del poder. El es el asesino, olviden a los otros. El es el guardián de los crímenes y de sus autores”…
“¿Quien designó al amo de la Casa Blanca como guía conductor del planeta Tierra" ¿Quién le autorizó a meter su nariz en los asuntos de nuestros pueblos""
“Yo creí, …yo pensaba que sus raíces lo llevarían a una aproximación mas cercana de nuestra lengua, y a la particularidad de nuestras condiciones y sociedades y que las normas corrientes que rigen actualmente no se aplican a nosotros ¡Me equivoqué! El es más peligroso que sus predecesores.”
“George W. Bush necesitó del enorme poder de la maquinaria militar de EE UU para derrocar a Saddam Hussein… pero Barack Obama no hizo eso. Se contentó con realizar apariciones al estilo Hollywood y un asesoramiento letal. Y cada vez que escuchamos al presidente de EE UU llamando a un gobernante a que permite una transición suave del poder, tenemos la impresión de que a este hombre le debe gustar el trabajo de sepulturero.”
Y, a medida que pasan las horas y recrudece la violencia del trágico drama que vive Libia, acosada por las fuerzas del Imperio y sus secuaces de la Otan que están a punto de intervenir militarmente ante el ostensible fracaso de sus vasallos para derrocar por si solos a Gadafi, cobran vigencia las palabras de Charbel y se confirma que lo hacen en cumplimiento de su misión de predadores de pueblos.
No importa que sea Obama quien lo ordene, pues quienquiera que ocupe su lugar lo haría, ya que por encima de una voluntad individual, prevalece la autoridad del poder oculto que desde Washington hace cumplir el Destino Manifiesto, doctrina absurda sustentada en una falsa superioridad racial con el oculto propósito de dominar a los pueblos a los que llaman bárbaros, cuando, se sabe muy bien que la barbarie tiene sus raíces y procede del mismo imperio.
Por Hernán Mena Cifuentes
20:27 11/03/2011
sexta-feira, 11 de março de 2011
Obama: De fabricante de promesas de paz a guerrero y sepulturero
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