Ante el descenso de los precios del crudo, Venezuela está redoblando esfuerzos por explotar otros recursos naturales como los diamantes que brotan de los suelos arcillosos de la Gran Sabana, al sur del estado de Bolívar en la frontera con Brasil.
Se estima que Venezuela produce unos US$30 millones anuales en diamantes, pero para volver a exportarlos legalmente, el gobierno planea reincorporarse pronto al proceso de certificación internacional Kimberley, del que salió voluntariamente en 2008 ante la amenaza de sanciones por no aportar datos sobre su producción.
Sin embargo, un requisito indispensable es especificar el origen de las piedras exportadas, algo que está resultando ser todo un reto en un país donde el negocio diamantífero funciona casi por completo en la clandestinidad.
Mercado negro
EN IMÁGENES
Aunque oficialmente Venezuela no ha exportado un solo diamante desde 2005, en el pueblo fronterizo de Santa Elena de Uairén es un secreto a voces que esta piedra preciosa cruza a diario la frontera, se declara en Guyana o Brasil y termina expuesto en joyerías de Bruselas o Nueva York.
Lo dicen abiertamente las autoridades y los comerciantes que tras los cristales ahumados de sus tiendas "resumen" (expresión que quiere decir pesar y calcular el valor del mineral entregado) el trabajo de los mineros que operan en el área.
Pero el verdadero grueso del negocio fluye bajo la mesa, con un número de celular como único contacto y con la ciudad brasileña de Boa Vista como eje de un tráfico constante hacia Georgetown en Guyana.
"Compañías extranjeras están operando en la zona pero no tienen ninguna empresa que diga abiertamente que está operando con diamantes. La plata entra por Venezuela y sale legal porque sale pagando el 1% por Guyana", explicó Luis, quien no quiso dar su nombre completo a BBC Mundo, pero quien lleva 32 años en el negocio.
"Los que más han venido acá son israelíes y belgas. Los belgas preguntan por mí, me transfieren por ejemplo US$100.000 y ellos mandan a buscar la mercancía desde Caracas. Cómo los mandan fuera, ni pregunto".
Sin recursos
Los pocos mineros que declaran lo hacen para obtener sus permisos y por los beneficios para obtener combustible
Dugan Amat
El contrabando de diamantes desde Venezuela es el resultado de una combinación de altos impuestos, control de divisas ineficiente, incompetencia burocrática y corrupción en los puestos de frontera, dice la Asociación África-Canadá (PAC por sus siglas en ingles) que abogó por la salida de Venezuela del Kimberley.
Una de las principales razones por la que al gobierno se le escapa de las manos este flujo diamantífero es que muchos mineros se resisten a declarar sus piedras a precio oficial (2,15 bolívares el dólar) cuando pueden venderlas fácilmente a un cambio paralelo que hoy triplica esta cantidad.
"Aquí lo que presentan es apenas un 1 o un 2% del material explotado", afirma Dugan Amat, gemólogo en una de las oficinas del Ministerio del Poder Popular para las Industrias Básicas y la Minería (Mibam) en Santa Elena de Uairén.
"Los pocos mineros que declaran lo hacen para obtener sus permisos y por los beneficios para obtener combustible. Aunque nuestro trabajo aquí es fiscalizarlo somos apenas cuatro personas y no tenemos vehículos", explicó.
"Mientras tanto, ellos siguen sacando el diamante y todos sabemos por donde se va".
A pie de mina
Una vez en la mina, es difícil pensar que este eslabón de la cadena se beneficia lo suficiente de un boyante mercado negro.
BBCMundo visitó El Polaco, una de las tantas cooperativas mineras que se extienden a lo largo del cauce del río Caroní, en unas tierras demasiado ácidas para cultivar y con escasa infraestructura para vivir del turismo.
En este hueco arenoso ganado a una selva protegida, unas 80 personas habitan en casas de techo de zinc con una televisión vía satélite y un teléfono apañado en lo alto de una colina como únicos lujos.
Muy cerca de allí, los niños de la aldea corretean junto a embalses de agua estancada mientras sus padres remueven las capas de tierra con monitores hidráulicos, desprendiendo torrentes ricos en oro y diamantes.
La crisis financiera internacional hizo caer el precio del diamante en un 40%, así que los mineros ya no usan costosas lavadoras para filtrar el mineral, sino un simple tamiz.
La suruca sirve para agarrar el diamante, la batea para el oro, y en la mina el tiempo se mide en ese oscilar incesante bajo un sol implacable.
"Yo soy minero artesanal" explica "Payarita", quien dice estar de paso por El Polaco, "uno abre un frente en cualquier paso y trabaja con una barra, un pico y una pala. Yo no tengo que rendirle cuentas a nadie, destruimos menos pero de todas maneras somos depredadores".
PAYARITA
En la mina también son asiduos algunos extranjeros, en su mayoría brasileños pero también españoles y algún que otro austríaco atrapado desde hace años por esta fiebre prima hermana de la ludopatía.
Al terminar la jornada los mineros se reparten lo ganado al 50% con Jairo, quien les suministra equipo, combustible y comida. Pero la vida de este capataz no parece ser más ostentosa que la del resto.
"La vida del minero es bastante hostil", dice Jairo.
"En la ciudad piensan que es agacharte y encontrar diamantes, pero esto es una vida casi de cavernícola. Hace nueve meses una piedra me cayó y me lesionó todo, perdí hueso, tendones y me tuvieron que extraer un nervio de la pierna para recuperar la sensibilidad en mi mano".
Venezuela en el Kimberley ¿Y por qué no?
A pesar de la precariedad laboral, el contrabando y el fuerte impacto medioambiental de esta actividad, Venezuela no está en peores condiciones que otros países miembros para reintegrarse al Kimberley, afirma Neil Cooper, experto en el tema de la Universidad británica de Bradford.
Representantes de Naciones Unidas, gobiernos y ONGs crearon el proceso Kimberley para regular el comercio internacional del diamante y evitar que financie a grupos armados en zonas de conflicto, también conocidos como diamantes de sangre.
Sin embargo, según Cooper es difícil demostrar que los diamantes venezolanos estén siendo utilizados para este fin.
"En República del Congo hay más tráfico ilegal de diamantes que en Venezuela y está en el proceso", apuntó.
"El Kimberley exige dos cosas: que los diamantes no terminen financiando conflictos y prevenir el contrabando. Venezuela supuestamente está quebrantando la segunda. ¿Pero qué podemos decir de Israel, el mayor exportador de diamantes sin producirlos? Con ellos no se tiene en cuenta la definición de diamantes de conflicto".
"Simplemente, esto es resultado de una extraña evolución del Kimberley contra ciertos países poco populares como Zimbabue o Venezuela", afirmó.
Ante esta perspectiva, algunas voces empiezan a cuestionar la validez de este proceso como ente regulador del comercio de diamantes, dado que no cuestiona el trabajo infantil, la falta de derechos laborales o el impacto medioambiental de las explotaciones.
En este sentido, Venezuela tan sólo tendría que empezar a aportar algunos datos sobre su producción para regresar al marco de una legalidad plagada de matices.
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