lanacion.com recorrió las callejas del asentamiento, donde existe una cotidianidad diferente a los brotes de violencia por la que es famosa; la actividad comercial y la escuela también forman parte del día a día
Por Luján Scarpinelli
Enviada especial
RÍO DE JANEIRO.- Una decena de motos se alinea al pie de la subida, bajo el cartel que señala el acceso a la Rocinha. Por dos reales, transportan a visitantes y residentes a la cima del morro donde se esparce la favela más grande de América latina. Estos mismos vehículos, se rumorea por aquí, tienen otra función, como delivery de droga.
Al tomar la cuesta, el tirón de la primera aceleración, el viento que nubla la vista, y el zumbido persistente del motor despiertan la extraña sensación de introducirse en una ciudad paralela. Sus habitantes dicen que la Rocinha tiene un pulso y reglas propias. Y que aquí tienen "todo", y que por eso, no quieren vivir ni morir en ningún otro sitio.
Video: andando por la Rocinha
Las motos suben zigzagueando por el camino que dibuja curvas sobre la pendiente. Cerca de la cima, el conductor se detiene frente a un claro entre las construcciones desordenadas. El paisaje es una postal de arenas blancas bañadas por un mar cristalino que se funde con el horizonte.
En un primer plano, el paisaje se desdibuja en una visión menos placentera, pero más enigmática. Delante de los ojos se expande, escalonado, el colorido caserío de la favela. Las construcciones, casas apiladas y edificios de hasta 13 pisos, están incrustadas sobre la ladera en medio de una vegetación espesa.
Moisés, un joven de 20 años que reside en el lugar, se ofrece como guía. El recorrido supera los límites del paseo turístico del "Favela tour", que convoca a más de 100 turistas a diario en el pico de la temporada. Esta cronista se adentró hasta el corazón de la favela.
Los pasos del joven, que abre el camino como un auténtico Moisés bíblico, desandan el camino transitado sobre ruedas hacia la mitad del morro. Como la ciudad entera, el interior de este territorio, estigmatizado por la violencia y marcado por el narcotráfico, aunque en menor grado respecto de la zona norte de Rio de Janeiro, está plagado de contrastes.
Hacia el mediodía, comienzan a emerger en la calle principal chicos cargados con mochilas. Visten remeras con bordes anaranjados con la leyenda "Escola do prefeitura". En la Rocinha, la escolaridad alcanza al 47,5% de la población en el escalón de enseñanza básica, y al 21%, en el nivel medio, según el censo domiciliar realizado por el gobierno de Río entre julio de 2008 y mayo de 2009.
También es una de las de mayores ingresos, ya buena parte de su población que percibe una suma fija, recibe entre 415 reales y 830 mensuales -entre uno y dos salarios mínimos-, según el mismo relevamiento oficial.
Más allá de las resonantes escaladas de violencia, que enfrentan a la policía con grupos armados, la favela tiene una cotidianidad diferente. Eso quiere mostrar al mundo y borrarse la marca de fuego de los grupos que operan aquí. La mayoría de las 120.000 personas que habitan son trabajadores de clase media, o clase media baja, que trabajan en la otra ciudad, la maravilhosa.
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