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domingo, 12 de julho de 2009

De Tiananmen a Xinjiang




Un hombre se enfrenta a los tanques en Pekín y una mujer hace lo mismo en Urumqi. | AP | Reuters

Un hombre se enfrenta a los tanques en Pekín y una mujer hace lo mismo en Urumqi. | AP | Reuters

"¡Soltad a nuestros maridos! ¡Liberad a nuestros hijos!". Tursun Gul avanza haciendo equilibrio con la muleta. La mano izquierda, en alto y con el puño cerrado, puntúa cada una de sus súplicas. En solitario, la mujer vestida de negro planta cara a una fila de soldados y tanquetas antidisturbios. Pide que le devuelvan a su marido y cuatro hermanos, arrestados poco después del festín de sangre y destrucción que se dieron un buen grupo de uigures en las calles de Urumqi.

A los soldados, que se cuidan mucho de reprimir la protesta, no les queda sino retroceder ante el sollozo de una esposa y hermana que no entiende por qué se han llevado a los suyos. "Pasé miedo, porque estaban armados. Pero algo en mi interior me empujó adelante", recuerda Tursun. El suyo fue un gesto valiente y arriesgado, un desafío a la autoridad abocado a otro final de no ser por la presencia de decenas de periodistas.

No sabe qué es eso del 'liu, si' (6-4, en mandarín, el 4 de junio de 1989). Pero la analogía con la imagen del héroe anónimo que hace 20 años se enfrentó a los tanques en Pekín resulta evidente, aunque sean episodios con causas y efectos muy distintos: en Urumqi, a diferencia de Tiananmen, no hay evidencias de que la acción policial fuese desmedida para poner a raya el embrión de una guerra étnica.

Las últimas cifras hechas públicas por el Gobierno de Xinjiang detallan la muerte de 137 chinos de la etnia han, frente a los 46 uigures y un hui, otra etnia de musulmanes más afines en lo cultural a los primeros.

Aquí, como ya ocurrió el año pasado en Tíbet, se une el fracaso de las políticas para integrar a dos de los colectivos más sensibles políticamente hablando. La actitud de Pekín hacia las minorías -que constituyen cerca del 10% de la población, unos 120 millones de almas- se encamina más al diluye la identidad y vencerás que a la gestión participativa de sus aspiraciones, derechos y obligaciones. Décadas de control, el impulso a la colonización han y el interés por desarrollar una provincia estratégica por sus recursos y localización, han terminado por configurar un Xinjiang cada vez menos uigur.

Con su amarga súplica, las mujeres uigures aguaron el titular que las autoridades buscaban con la visita organizada a la prensa extranjera. Ignorar el debate, redoblar la propaganda, y acusar de las revueltas a manos negras que conspiran desde el extranjero suele ser la pauta que sigue Pekín en estas ocasiones. Se empleó en Tiananmen, en Tíbet y también en esta ocasión.

Como novedad, China ha permitido informar con relativa libertad a los medios extranjeros, pero no ha vacilado en dejar sin internet a los 20 millones que viven en Xinjiang y controlar al máximo la información que reciben los otros 1.280 millones de chinos.

Días después de su bravata, Tursun se pregunta cuándo vendrán a por ella. "Tengo mucho miedo. Se han llevado a gente sólo por hablar con periodistas", explica en un callejón que, de no ser por el asfalto, bien podría ser la versión china de un slum (barrio de chabola). Sorprende saber que sólo tiene 30 años. Será que engaña la cojera (secuela de un accidente cuando era niña). O que la vida le ha puesto frente a muchos otros tanques.

Con su marido, Maimati, y los dos hijos del matrimonio (una niña de seis y otro de tres), Tursun llegó a la capital de Xinjiang hace dos años. Dejaron atrás las arenas de Kashgar en busca de tratamiento para ella y trabajo para él. Urumqi, con su espectacular crecimiento, ofrecía muchas oportunidades y Maimati consiguió sacarlos adelante con trabajos intermitentes en la construcción. El lunes, él salió a comprar verduras y pan. Pero el té que le esperaba con la cena se quedó frío sobre la mesa.

Rodeada de un grupo de vecinas, Tursun relata cómo la policía sacó a los sospechosos casa por casa. Uno por uno, hasta 25, según su recuento. Los arrastraron hasta la calle, los tumbaron boca abajo con los pantalones por los tobillos, y acabaron por cargarlos en camiones militares.

"Mi marido no participó. Ninguno de ellos ha hecho nada malo. ¿Por qué se los llevan?", solloza. "No sé si los volveré a ver en una semana, en un año, o nunca más. ¿Qué va a ser de nosotras?", dice abrazando a su hija. "Un trozo de pan al día, eso es todo lo que puedo comprar. Sobrevivimos gracias a los vecinos". Aunque éstos la alaban por su coraje, Tursun dice que no quiere ser heroína de nadie ni bandera de ninguna causa. "Yo sólo quiero que me devuelvan a mis familiares".

La conversación queda interrumpida. Nervioso por la presencia de agentes de paisano, el joven que traduce pide que nos disolvamos y se esfuma callejón abajo. Al despedirse, Tursun desliza un papel en la bolsa del periodista. Dentro, en escritura uigur, cuenta que la ley de China exige liberar a los detenidos sin cargos en 24 horas. "Si existe la ley, ¿por qué no se aplica? Nosotros la cumplimos, pero esta ley no la hacen para nosotros"


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