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sexta-feira, 16 de abril de 2010

Sin perdón

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - A los evangélicos de a pie, pertenecientes al Consejo de Iglesias de Cuba, debe estar sucediéndoles lo mismo que a muchos de los satélites del régimen, cuyos criterios aparecen hoy mal representados en los pronunciamientos de sus jefes.

Hace pocos días, justo en medio de una de las más escandalosas salvajadas antihumanas (así que anticristianas) consumadas por la tiranía en la Isla, los directivos de iglesias protestantes que ejercen aquí, se la gastaron toda elogiando a Fidel Castro por “su apoyo permanente”, y organizando un acto de júbilo por el aniversario veinte del encuentro conciliatorio, dicen, entre el tirano y su religión.

Tal vez pudieron disimular un tanto mejor este procaz desafío a los poderes del cielo, esperando a que, con el paso de las semanas, cayeran en el olvido, ya muertos y enterrados, los opositores en huelga de hambre, o a que nuevas noticias sustituyesen las relacionadas con los atropellos públicos que ordenó la tiranía contra las Damas de Blanco, mujeres indefensas y cristianas, por más señas.
Pero parece que no podían esperar, porque precisamente su declaración perseguía como objetivo tirarle un santo sudario a la tiranía en momentos de crisis.

Lo raro, lo incomprensible quizá para los que miren desde lejos -aunque no para quienes vivimos a ras del suelo en este valle de lágrimas-, es que muchos de los evangélicos que profesan en las iglesias de barrios humildes de La Habana, no demuestren en la práctica estar en línea con ese conciliábulo de que hacen gala sus líderes.

Ni en los sermones, ni en el propio ejercicio de su actividad catequizadora entre la gente, resulta posible apreciar –menos aún en estos días- simpatía hacia el régimen. Eso por no mencionar la prudencia con que se deslindan de sus crueldades.

Ocurre entonces lo que suele ocurrir en ciertos ámbitos, digamos, más apegados a los asuntos terrenales: una cosa piensa el cazador, suprema autoridad en el coto y dueño del rifle, y otra bien distinta piensa el pointer que lo ayuda a capturar la pieza, pero que aun cuando no lo propague públicamente, para que no le corten la lengua, busca su distancia en el discreto retraimiento, porque hace ley de aquella advertencia bíblica, según la cual “Te has enlazado mediante las palabras de tu boca, y ellas han sido el lazo en que has quedado preso”.

De cualquier manera, en ambos casos, posiblemente no quede más remedio que parafrasear a Jesús: Señor, no los perdones, porque ellos saben lo que hacen.

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