Las familias de los secuestrados 'canjeables' se lamentan de la soledad a la que han sido relegados por la opinión pública tras la liberación de Ingrid
PILAR LOZANO - Bogotá - 05/09/2008
Magdalena Rivas usa una pequeña libreta para llevar la cuenta de los días que ha permanecido su hijo Elkin Hernández secuestrado en una de las cárceles de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en las selvas del sur del país: la suma llegó a 3.415 el pasado miércoles. Elkin cumplirá el próximo 14 de octubre 10 años en cautividad, la mayor parte de ellos con una cadena al cuello, como acostumbra esta guerrilla mantener a sus rehenes. Lo atraparon junto a dos compañeros en un retén montado en una carretera del departamento de Caquetá; tenía 22 años y era teniente del Ejército. Hoy es uno de los 29 canjeables, rehenes con los que la guerrilla más antigua del país pretende lograr la libertad de sus combatientes en prisión.
Para Magdalena, de 60 años, este tiempo ha sido una verdadera agonía. Y más aún desde el pasado 2 de julio, cuando, gracias la exitosa Operación Jaque del Ejército colombiano, fueron rescatados la ex candidata presidencial y ciudadana colombo-francesa Ingrid Betancourt, tres contratistas estadounidenses y 11 miembros de las fuerzas públicas.
"Les quitaron a las FARC el trofeo mayor y los demás cautivos quedaron en el olvido", se queja Magdalena, mientras su voz y sus gestos reflejan la inmensidad de su dolor. Ella, como el resto de los familiares de los canjeables, se siente más sola que nunca: percibe que el interés de la prensa, del país y del mundo por el tema decayó tras el espectacular operativo de rescate y de la multitudinaria manifestación contra los secuestros celebrada el pasado 20 de julio.
El congresista Mauricio Lizcano, hijo de uno de los tres civiles canjeables, siente un vacío idéntico. Y lo resume así: "La comunidad internacional se había comprometido a seguir con nosotros y no ha vuelto a aparecer; la opinión pública se olvidó de nosotros" . Óscar, su padre, ya ha cumplido ocho años de secuestro y se sabe que su salud es precaria.
El único gesto solidario de los últimos días es el de 20 policías discapacitados que hoy iniciarán una marcha de más de 400 kilómetros en sus sillas de ruedas para exigir la libertad de todos los cautivos.
Sin embargo, para algunos analistas, no todo está perdido. Ven detalles esperanzadores en el último comunicado de las FARC, publicado después de la Operación Jaque: los guerrilleros ya no hablan de la desmilitarización de dos municipios como condición para dialogar sobre un intercambio humanitario, a pesar de que antes ésta era una de sus condiciones inamovibles y un punto inaceptable para el Gobierno. Además, según el comunicado, en la lista de canjeables incluyen ahora a tres policías y un soldado que fueron dados como desaparecidos este año.
Sin duda, con los últimos golpes a las FARC las cosas han cambiado a favor del presidente del país, Álvaro Uribe, que busca ahora un contacto directo con la comandancia guerrillera. Pero "el contacto no se ha dado, no se ha avanzado nada", recuerda Lizcano con desconsuelo. Según este joven congresista, la solución debe ser una combinación de presión militar ?como ha sucedido hasta el momento? con la fórmula política. Aunque, "si la guerrilla sigue poniendo bombas, nadie apoyará una negociación", dice.
Una bomba destruyó el Palacio de Justicia de Cali, tercera ciudad del país, al amanecer del pasado lunes; hubo cinco muertos y varios heridos. Para el Gobierno, no hay duda: fueron las FARC. Sin embargo, Jorge Iván Ospina, alcalde de la ciudad, pide que no se descarten otras hipótesis, como el narco-paramilitarismo y la corrupción.
Alberto Rojas Puyo, ex senador de la UP ?un movimiento que nació de la negociación con las FARC de 1984 y que fue prácticamente exterminado? pidió hace poco a esta guerrilla que libere ya y de manera unilateral a todos sus rehenes. Pero piensa también que un intercambio humanitario podría ser un puente para una negociación de paz. "El intercambio es más importante, pero más difícil", asegura.
Magdalena Rivas lo tiene claro: el único camino para volver a ver a su hijo es la negociación. Por eso, aplaudió lo dicho hace apenas dos días por Ingrid Betancourt, que pidió abrir un espacio a esta opción.
Rivas es una de las que asiste religiosamente a la protesta que todos los martes, al medio día, convocan los familiares de los canjeables en la céntrica plaza de Bolívar de Bogotá. La realizan desde hace tiempo y, aunque estas convocatorias nunca han estado especialmente concurridas, cada día tienen un aspecto más desolador: a veces no se reúnen más de ocho o 10 personas y a todas se les nota que la angustia las está matando.
"Si no se hace algo rápido, de pronto nuestros hijos no nos van a encontrar con vida", advierte Magdalena. A ella y a su esposo, como a muchos otros, la tristeza y la desesperanza los está consumiendo. A ella, las piernas cada día le responden menos, y a él le está fallando el corazón.
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