El británico conmociona el mercado del arte al 'pasar' de sus galeristas y acudir a Sotheby's
PATRICIA TUBELLA - Londres - 30/07/2008
Si la obra de Damien Hirst, figura emblemática del arte conceptual, suscita divisiones entre la crítica especializada, nadie le discute su tremenda habilidad como negociante. Por algo es el artista más rico del planeta. El autor británico se dispone ahora a protagonizar un inédito en el mundillo del arte, con la subasta de su más reciente producción sin que intervengan marchantes ni galerías de por medio. Un unicornio, una cebra y una réplica de su famoso tiburón sumergido en formol integran las más de doscientas piezas que se someterán al martillo de Sotheby's el próximo septiembre, con la ambición recaudatoria de entre 82 y 114 millones de euros.
Las cifras resultan de por sí espectaculares, pero lo que realmente ha puesto en guardia al pujante sector es la decisión de Hirst de vender directamente sus trabajos, un gesto que él considera "la evolución natural del arte contemporáneo". El personaje ha caracterizado la operación como una suerte de experimento, tras dejar claro que en el futuro seguirá colaborando con sus marchantes, Jay Jopling y Larry Gagosian, respectivamente, en Londres y Nueva York. Resueltos a mantener el tipo, estos dos últimos declaraban su apoyo público a la subasta de Sotheby's, en la que Gagosian ha confirmado que comparecerá como hipotético comprador. Pero los analistas consideran arriesgada la apuesta: si la puja obtiene los réditos esperados, el papel de los representantes de Hirst se verá irremediablemente mermado; en el caso contrario, si resultara un fiasco, deterioraría la cotización de uno de los artistas vivos más exitosos.
Experto como pocos en las lides publicitarias, el artista británico ha desvelado que parte de los beneficios de la puja (sin precisar cantidades concretas) estará destinada a algunas de las organizaciones caritativas que patrocina, entre ellas, Survival Internacional, que defiende la causa de las tribus indígenas, y Strummerville, fundación establecida en memoria del que fuera músico de los Clash, Joe Strummer. Porque, apreciado o denostado, Hirst goza en su Reino Unido natal, ante todo, del merecido estatus de celebrity (famoso).
El despliegue de 223 obras que Sotheby's mostrará al público en vísperas de la subasta de los días 15 y 16 de septiembre tiene su estrella en El becerro de oro, un toro cuya cabeza aparece coronada por un disco de oro de 18 quilates, metal con el que también han sido recreados sus cuernos y pezuñas. Se espera que su precio supere los 15 millones de euros, si bien los responsables de la sala subrayan que los lotes abarcan una amplia gama de bolsillos, empezando por los 19.000 euros estimados por cada uno de los bocetos del artista. El inusual procedimiento para rematar una producción "asombrosa", en palabras de la responsable del departamento de arte contemporáneo de Sotheby's, Cheyenne Westephal, permitirá a Hirst retener el grueso del control sobre su trabajo y, sobre todo, ampliar la red de compradores, con la vista puesta en los nuevos flujos de capital procedentes de Rusia, China, India y los países árabes, que han convertido a la capital británica en su cuartel general.
Nunca muerdas la mano que te da de comer, es, sin embargo, la sentencia de varios expertos, como Rachel Campbell Johnston (The Times), quien recordaba ayer el papel fundamental de los marchantes como promotores artísticos, más allá de la función de meros intermediarios.
En el caso del propio Hirst, fue el habilísimo agente publicitario y coleccionista británico Charles Saatchi quien en su día consiguió ponerle en el mapa del arte, junto a sus compañeros de una generación que fue bautizada como Brit Art. El impacto visual de obras como The Physical Impossibility of Death in The Mind of Someone Living (1991), un tiburón de cuatro metros inmerso en una enorme pecera, erigió a Hirst en su más destacado exponente, al tiempo que revelaba las indudables posibilidades comerciales de esa nueva corriente del arte. Saatchi vendió por 9,5 millones de euros el escualo en cuestión al millonario americano Steve Cohen (2004), quien hace dos años exigía un reemplazo del célebre tiburón ante su alarmante estado de descomposición.
Fiascos como ése no han impedido a Hirst convertirse en uno de los más firmes aspirantes a firmar la obra de un artista vivo capaz de batir récords en el mercado. Pretendió conseguirlo con la venta, el año pasado, de una calavera incrustada de diamantes (Por el amor de Dios) por la cantidad de 63 millones de euros. Meses después, trascendía que su propio autor había formado parte del consorcio que adquirió la pieza, hecho tildado por muchos como una treta para apuntalar su cotización.
Con la próxima subasta de Sotheby's, Damien Hirst (Bristol, 1965) pretende emular la "inmensa broma" que encarnara Marcel Duchamp a principios del siglo pasado cuando expuso un urinario (The Fountain) como una obra de arte, según el veredicto del marchante y coleccionista David Mugrabi. Si el artista francés lograba asentar en el Nueva York de 1917 los pilares del arte conceptual, a Hirst se le atribuyen unos méritos mucho menos transgresores: unas dotes comerciales que lograrían igualar, si no superar, su propio talento creativo.
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