Cuenta la Biblia que el hijo pródigo, después de haber despilfarrado su herencia en incontables orgías, decidió volver a casa una mañana para pedirle perdón a su padre. ¿Es irrazonable suponer que la noche anterior a su regreso el hijo pródigo había caído en la peor de sus orgías y que fue sólo entonces, cuando advirtió hasta dónde había llegado su desvarío, que acudió al mecanismo salvador del arrepentimiento? Esta conjetura se funda en la comprobación de que a veces el camino del mal "necesita", por así decirlo, precipitarse en un abismo tan hondo que sólo después resulte posible la conversión
¿Es aplicable esta metáfora al rápido sobreseimiento que acaba de concederles el juez Oyarbide a los esposos Kirchner en la causa que se les había iniciado por enriquecimiento ilícito? La reacción social ante este nuevo ejemplo de impunidad ha sido de un total descreimiento, apenas atenuado por la débil esperanza de que la insólita decisión de Oyarbide llegue a corregirse en un tribunal de alzada. La distancia entre lo que cree la gente y lo que dicen algunos jueces, sobre todo los jueces federales de primera instancia, en torno de las vastas sospechas de corrupción que rodean al matrimonio presidencial ha llegado, con este caso, a un límite insuperable.
Incluso cuando se les inició el proceso de enriquecimiento ilícito por su declaración jurada en la que los Kitchner reconocían un incremento sin paralelo de su situación patrimonial, muchos supusieron que ese incremento , de "apenas" unas decenas de millones, es una suma ridícula en comparación con la suma que podría resultar de ser ciertas las conexiones financieras que se les atribuyen con los llamados "amigos del poder". La impunidad que acaba de otorgarles Oyarbide en relación con aquella "pequeña" suma no ha hecho más que ahondar la impresión de los "descreídos" de que nos hallamos ante un doble caso de impunidad, desde la suma que rodea a su declaración patrimonial hasta aquella otra, incomparable, que acompaña a la imaginación de los "mal pensados".
Por eso no debe asombrarnos que ya se hayan planteado en la Cámara de Diputados iniciativas conducentes al juicio político del magistrado bajo sospecha. No parece desatinada en este sentido la suposición de que lo que "apuró" a Oyarbide hacia su precipitada sentencia haya sido no sólo el juicio político que vislumbraba sino también la inminente reforma del único órgano aún más sospechado que él: el Consejo de la Magistratura. Este abuso final de la denunciada connivencia entre el Gobierno y segmentos del sistema judicial, de la que no saldría indemne ni siquiera el cuerpo de contadores de la Suprema Corte del cual ella misma sospecha, ¿resultará finalmente comparable a la última orgía del hijo pródigo?
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