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domingo, 15 de junho de 2008

Coldplay, a vida o muerte


MANUEL CUELLAR 15/06/2008


Tres discos les auparon a la cumbre del rock. Pero el éxito puede ser destructivo: aquello acabó en una “desunión terrible y absoluta”. Recurrieron a Brian Eno, productor experto en crisis. Y la banda británica regresa con un álbum que viaja entre la vida y la muerte. Chris Martin, el líder del grupo, nos habla de todo ello en Londres.

Violonchelos violentos que escupen notas rotas, en staccato. Violas, violines que persiguen un fraseo sencillo, pero efectivo. El piano de siempre, ahora en segundo plano. Bajo y bombo de comparsa. La voz. Hasta que llega el estallido. Timbales, sintetizadores, secciones de cuerda furiosas, una campana obstinada. Otras tubulares empeñadas en la amplitud sonora. De pronto, entra una celesta mezclada con efectos digitales y es entonces cuando el piano se hace más presente. Los coros completan el efecto épico... Un subidón, un ¡Viva la vida! Un atrevimiento.


Viva la vida. Suena extraño, pero así se ha bautizado la mitad del último disco de los mú­sicos británicos Coldplay, esa banda inmersa en la carrera (aunque ellos no lo quieran y nieguen la competición) por convertirse en el mejor grupo de pop-rock de los procelosos años venideros de una industria discográfica toreada por Internet. Cuatro chavales que se conocieron en el University College de Londres en septiembre de 1996 y que ahora están a punto de destronar a U2 de la cúspide mediática de eso llamado rock.

Este cuarto trabajo llega tras una suerte de trilogía: Parachutes (2000), A rush of blood to the head (2002) y X&Y (2005). El primero fue la sorpresa. El segundo, una joya. El tercero, un superventas apaleado por la crítica. En resumen, más de 30 millones de discos vendidos en todo el mundo. Un fenómeno. X&Y logró despachar más de 150.000 copias en un solo día en el Reino Unido. La misma semana de su lanzamiento se colocó en el número uno de las listas de más de 32 países, y en Estados Unidos, el primer single del álbum, Speed of sound, se situó en el top 10 de inmediato. La última banda que consiguió esos datos fueron The Beatles con Hey Jude.

Plegarias atendidas: giras interminables, aviones, hoteles, promoción salvaje, focos, prensa, micrófonos, paparazzi, siempre en el punto de mira... El siguiente capítulo es previsible: el abismo.

En la séptima planta del hotel Marriott Regents Park en Londres, las suites tienen techos y paredes de cristal desde los que se disfruta el skyline de norias y edificios Foster-supositorio bajo nubarrones gris marengo.

Abre la puerta un tipo alto, de 31 años y cerca de 1,90 metros de altura. La cabellera adquiere tanto volumen en sentido vertical que desconcierta. Ojos azules y barba de tres días. Saluda con la amabilidad típica de los ingleses. Chris Martin, el cantante y líder indiscutible de Coldplay, posee, efectivamente, el aura de una estrella del rock. Se queja de un fuerte dolor en su rodilla derecha, así que evita sofás y sillones lujosos y se tumba en la moqueta de la suite dispuesto a narrar la altura de ese abismo: “Después de X&Y hubo una ruptura, una desunión terrible y absoluta entre los cuatro. El éxito es destructivo con las relaciones humanas. Te distraes, culpas al que tienes al lado de todo. Llegó un momento en el que supimos que teníamos que reencontrarnos como amigos. El mayor culpable fui yo. Tiendo a tomarme las cosas de una forma demasiado personal. Todas las peleas eran entre Guy (Berryman, bajista) y yo o entre Will (Champion, batería) y yo. Ambos tienen convicciones muy fuertes, y yo tiendo a ser muy depresivo. Todo me frustraba”.

Un clásico en las bandas de rock. Gritos, peleas y egos. Pero eso no fue lo más importante. Los expertos detectaban una crisis creativa en el grupo, algo que ya estaba en la cabeza de Martin. “Pensamos que no parábamos de usar siempre las mismas ideas. Habíamos perdido el entusiasmo de tocar juntos. Todo era una fórmula ya hecha. Cuando tienes éxito caes en la tentación de dejar todo como está, pensando que eso es lo que la gente quiere oír. Así que llamamos a Brian Eno para Viva la vida y le dijimos: ‘Mira, no queremos romper nuestra banda y sabemos que somos capaces de mejorar”. Marcar el teléfono de Eno para un músico es como llamar a los bomberos. Sí, acaba de cumplir 60 años, pero el que está considerado padre de la música ambient, también es conocido por dar empujones a carreras en crisis como la de Talking Heads, David Bowie o los mismísimos U2. Eno viene a ser para el rock lo que Stravinski para la clásica. Si éste consagró la primavera, aquél es capaz de consagrar casi todo lo que toca. Y más que productor, él se autodenomina como un “paisajista sónico”. Y como Coldplay tienen poderío, no se conformaron: también telefonearon a Markus Dravs, el productor de Arcade Fire, la banda revelación del año pasado y de la islandesa Björk, por poner dos ejemplos.

Los tres citados más Jonny Buckland (el guitarrista) decidieron hacer las paces y dejarse de chiquilladas. Y qué mejor para lograrlo que la regresión, volver a ser niños. Se compraron un local, una antigua panadería muy cerca del hotel en el que Martin cuenta esta historia, y la convirtieron no sólo en un estudio de grabación, sino en un cuarto de juegos. Abrieron las orejas e hicieron caso al maestro Eno. Olvidaron la estructura típica coldpleydiana de bucles ascendentes, guitarras de ecos a U2, bajo, batería, piano y falsetes, y buscaron “colores”. También le hicieron caso a Eno en otra cosa: tocaron, tocaron, tocaron y tocaron con la única meta de buscar, de experimentar.

El resultado es Viva la vida or death and all his friends (Viva la vida o la muerte y todos sus amigos), el título completo de su nueva entrega. Un trabajo arriesgado y vibrante que recupera la tradición de los discos conceptuales como Sargent Pepper… de The Beatles, o The final cut, de Pink Floyd. Se trata de 45 minutos y 54 segundos de música que conforman un todo de 10 canciones. Un ente en el que todo está pensado. Doble título para cada estado de ánimo y para latinos y anglosajones; un comienzo sorpresivo con un tema instrumental titulado Life in technicolor y, sobre todo, un trabajo que suena a Coldplay, pero diferente, original y prometedor.

Martin sabe que la crítica les tiene ganas. Están esperando a la salida del disco el día 17 para convertirlos en comida para los leones. Por eso se apresura a explicarse: “En el nuevo CD podría decirse segundo a segundo de dónde viene cada acorde. Está todo robado. No hablo de las melodías, eso es nuevo; me refiero al sonido, pero está robado de tantos lugares que probablemente eso lo hace muy original. Así es como evoluciona la música”.

Si aceptamos la máxima de que Johann Sebastian Bach es el pionero barroco de la música pop, hay que aceptar también que a partir de allí la historia de la música se basa en la copia y la influencia. “Hemos robado de Los Beatles, Radiohead, pero también de Rammstein, Sigur Rós, My Bloody Valentine, KanYe West, Jay-Z, Michael Jackson, Stevie Wonder, John Williams, Björk, Pj Harvey… La lista no terminaría nunca. Y soy muy feliz al admitirlo”, Martin acepta esa máxima.

Estupendo, pero ¿qué le pasa por el alma al marido de la estrella de Hollywood Gwyneth Paltrow cuando compone? “Siempre me levanto por la mañana con el sentimiento de que algo ha desaparecido de mi vida. Suena un poco estúpido, pero el resto del día le doy vueltas a cuál será esa melodía extraviada. Muchas veces pienso que es porque las canciones son el arma que utilizo para afrontar la realidad. Así que durante el día cojo la guitarra o el piano y empiezo a buscarla. Casi siempre aparece por las noches, no sé por qué. Dejar que llegue es mi forma de sentirme bien. Las canciones no se diseñan, ellas tienen la tendencia a simplemente aparecer. Es como el tiempo atmosférico… Ellas avisan, pero has de estar prevenido, trabajando. Como una tormenta que se avecina. Y es bonito, porque lo que empieza en la noche, en mi habitación, en sitios muy personales, termina en la garganta de miles de personas que lo cantan. Es como un tripi. Por eso espero que cuando la gente nos escuche sepa que todo viene de un ser humano, no de ejercicios de marketing. Con el tema 42 fue así. Me estaba lavando la cara y un verso se instaló en mi mente: ‘Those who are dead are not dead / They’re just living in my head’ (Los que están muertos no están muertos / Ellos viven en mi cabeza). Nos asusta la muerte, pero quien más sufre es el que se queda, no el que se va. El sentimiento era tan fuerte que la canción decidió llegar entera en 12 minutos. Vienen de ninguna parte, pero aparecen. Puede que también tenga que ver el hecho de que vivo en una montaña rusa emocional. Y es una forma de ser que termina por dejarte exhausto”.

Viva la vida es el título de un cuadro, un bodegón de sandías, de la pintora mexicana Frida Kahlo. Dice Martin que al verlo supo que su disco debería llevar ese título, pese a que pudiera confundirse con Ricky Martin. Más de uno hará el chiste de la vida loca. Y volverán las comparaciones con U2, Bono y su banda. Pero entre esa orgía de violonchelos, Martin cuela un verso: “Now the old king is dead long live the king” (Ahora el viejo rey está muerto, larga vida al rey). O lo que es lo mismo: a rey muerto, rey puesto.


‘Viva la vida…’ (EMI) sale a la venta el 17 de junio. El mismo día, Coldplay actúan gratis en Barcelona; el 23, en Nueva York, y mañana, en Londres.


( SEMPRE LEMBRO DO Ricky Martin MESMO!)

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