Tom Cruise, subido al rascacielos Burj Khalifa de Dubai, en una escena de 'Misión imposible 4'.
Dubai es el único lugar del mundo en el que uno puede ver atardecer
dos veces en un mismo día. Y sin beber. Basta con coger un ascensor que
en un minuto salva un desnivel de casi 800 metros (media milla). Hacia
arriba se entiende. Hacia abajo, la verdad, tiene menos mérito. Uno ve
cómo se pone el Sol al pie del rascacielos Burj Dubai
y 60 segundos después vuelve a contemplar cómo se esconde por el
horizonte desde la planta 124 de la también conocida como torre del
Califa. Y todo gracias al edificio más alto y al ascensor más rápido del universo conocido. Y sin una gota de alcohol en sangre.
De aquí en adelante, todo con lo que uno se encuentra en el emirato árabe resulta tan extraño
como una raqueta de pádel, una gorra de béisbol o unos pantalones
bermudas. Por citar tres elementos que, juntos o por separado, definen
la sensación de estar desorientado.
Pero no nos despistemos. Recientemente, con motivo de la inauguración del octavo (¡son ocho ya!), Festival de Cine de Dubai, Tom Cruise y su película 'Misión imposible 4' hicieron acto de presencia. Lo cual siempre da que pensar. ¿Por dónde saldrá el hombre? Y salió diciendo que lo primero que hizo cuando aterrizó de nuevas en Dubai fue 'snowboard'. No estaba loco, estaba viendo amanecer por segunda vez.
En efecto, en el llamado 'Mall' de los Emiratos hay un recinto tan grande como la voluntad del Señor que reproduce una pista de nieve entera
y verdadera. Justo al lado de la tienda de Dolce & Gabbana y no
lejos de la de Gucci (en ninguna de las dos venden bermudas), allí que
aparece un telesillas. Entero y verdadero. En el exterior, la
temperatura no baja de 20 grados. Dentro, hay nieve. Estamos,
recuérdese, en medio del desierto y Cruise, como el eremita Simón,
habla.
Y así todo lo demás. Uno tiende a pensar, quizá por deformación profesional, que el mayor atractivo de los festivales de cine es el cine, de ahí su nombre. Hasta que llega aquí. Entonces, el cine se transforma en una experiencia añadida a la sorpresa que produce estar vivo, vivo en Dubai. ¿Se acuerdan de Alfredo Landa extraviado en aquella película mientras perdía la maleta (o 'valise') en la Gare du Nord de París? La sensación, se acuerden o no, es la misma.
Dice Coelho que la voz del emir posee el poder imperativo del poderoso y que cuando el tema cantado es el amor se impone la metáfora de caza, con gacelas y oryx (tenga o no plural este animal) debidamente asaetados por la pasión. Y no podemos por menos que creer al escritor brasileño que seguro que no regala halagos. Independientemente, por supuesto, de lo que haya cobrado por prologar al mayor coleccionista de caballos pura sangre del mundo.
En cuanto se sale de la inmensa librería Kinokuniya situada en el centro comercial más extenso del mundo, a su vez justo al lado de la fuente más acuífera (o grande) del mundo, que se encuentra a los pies de la construcción más alta del mundo, es imposible no sentirse el hombre más pequeño del mundo.
No en balde, la Burj Dubai devuelve a Oriente Medio el orgullo robado tras haber poseído el récord mundial de altura edificada durante 3.900 años. Las pirámides de Giza en Egipto se quedaron sin el título en 1311 cuando los ingleses construyeron la Catedral de Lincoln. La torre del Califa mide 828, el doble que el Empire State, y subir hasta la planta 124 (tiene casi 200) es la única forma sobre la Tierra de, ya se ha dicho, ver atardecer dos veces. Y no sólo eso.
Desde la altura también es posible contemplar el más grande disparate jamás ideado por el hombre. Nos referimos a las islas artificiales que jalonan el Golfo Pérsico. Gracias a las suaves mareas y a la poca profundidad (nueve metros), la palmera Jumeirah, la extensión de terreno mejor reconocible desde la altura, ha ganado al mar 77 kilómetros de costa, de las cuales 61 son de playa. De paso, se ha convertido para algunos en el mayor pelotazo inmobiliario de la historia de la humanidad desde que Dios recalificó el Paraíso.
Con forma de, obviamente, palmera de 16 brazos rodeado por un anillo de tierra, el diseño del artista Warren Pickering ha hecho realidad el sueño de las salamandras de Karel Capek: colonizar el agua. Para hacerse una idea, el centro de Las Vegas, con sus casinos, hoteles y demás cabe en una esquina de la península, pues eso es. Y en la otra esquina cabrían los 8.600 millones de dólares que costó urbanizar el suelo desértico de Nevada. 25.000 fue lo gastado en apilar las rocas y arena en Dubai. Luego, en factura aparte, se llevó a cabo la urbanización.
Dos docenas de hoteles de cinco estrellas (entre ellos el inabordable Jumeirah Zabeel Saray) hacen el resto. La palmera Jumeirah sólo es la primera y la más pequeña de las otras tres palmeras a medio construir, planificadas y en proceso de amontonamiento. Sin contar, por supuesto, al mapa del mundo compuesto por islas que se adentra mucho más allá de lo que da el sentido común. Y así.
Luego, claro, uno vuelve al festival escucha a Tom Cruise de nuevo, asiste a un interesante documental sobre Yasser Arafat, se imagina haber visto a Antonio Banderas disfrazado de jeque en 'Black gold' o, ya puestos, contempla atónito a Neil Young en un deslumbrante documental de Jonathan Demme, y todo sabe a menos que nada. Y más después de haber sido testigo de dos atardeceres en un mismo día. Del hotel flotante con forma de vela Burj Al Arab y del otro hotel en construcción hundido en el mar, ni hablamos. Por cierto, ¿alguien sabe lo que es un oryx?
Uno tiende a pensar, quizá por deformación profesional, que el mayor atractivo de los festivales de cine es el cine, de ahí su nombre. Hasta que llega aquí
Pero no nos despistemos. Recientemente, con motivo de la inauguración del octavo (¡son ocho ya!), Festival de Cine de Dubai, Tom Cruise y su película 'Misión imposible 4' hicieron acto de presencia. Lo cual siempre da que pensar. ¿Por dónde saldrá el hombre? Y salió diciendo que lo primero que hizo cuando aterrizó de nuevas en Dubai fue 'snowboard'. No estaba loco, estaba viendo amanecer por segunda vez.
El vicepresidente emiratí, jeque Mohamed bin Rashid al Maktum, junto al actor. | Efe
Y así todo lo demás. Uno tiende a pensar, quizá por deformación profesional, que el mayor atractivo de los festivales de cine es el cine, de ahí su nombre. Hasta que llega aquí. Entonces, el cine se transforma en una experiencia añadida a la sorpresa que produce estar vivo, vivo en Dubai. ¿Se acuerdan de Alfredo Landa extraviado en aquella película mientras perdía la maleta (o 'valise') en la Gare du Nord de París? La sensación, se acuerden o no, es la misma.
Allí donde todo sorprende
Todo sorprende. La más alta autoridad de por aquí, el jeque Mohammed bin Rashid Al Maktoum, escribe poemas. Y, lo que es más audaz, los publica. Todas las librerías del emirato se encuentran tapizadas con sus '40 poemas desde el desierto' debidamente prologados por Paulo Coelho (quizá, también desde el desierto, aunque sea otro).Dice Coelho que la voz del emir posee el poder imperativo del poderoso y que cuando el tema cantado es el amor se impone la metáfora de caza, con gacelas y oryx (tenga o no plural este animal) debidamente asaetados por la pasión. Y no podemos por menos que creer al escritor brasileño que seguro que no regala halagos. Independientemente, por supuesto, de lo que haya cobrado por prologar al mayor coleccionista de caballos pura sangre del mundo.
En cuanto se sale de la inmensa librería Kinokuniya situada en el centro comercial más extenso del mundo, a su vez justo al lado de la fuente más acuífera (o grande) del mundo, que se encuentra a los pies de la construcción más alta del mundo, es imposible no sentirse el hombre más pequeño del mundo.
No en balde, la Burj Dubai devuelve a Oriente Medio el orgullo robado tras haber poseído el récord mundial de altura edificada durante 3.900 años. Las pirámides de Giza en Egipto se quedaron sin el título en 1311 cuando los ingleses construyeron la Catedral de Lincoln. La torre del Califa mide 828, el doble que el Empire State, y subir hasta la planta 124 (tiene casi 200) es la única forma sobre la Tierra de, ya se ha dicho, ver atardecer dos veces. Y no sólo eso.
Desde la altura también es posible contemplar el más grande disparate jamás ideado por el hombre. Nos referimos a las islas artificiales que jalonan el Golfo Pérsico. Gracias a las suaves mareas y a la poca profundidad (nueve metros), la palmera Jumeirah, la extensión de terreno mejor reconocible desde la altura, ha ganado al mar 77 kilómetros de costa, de las cuales 61 son de playa. De paso, se ha convertido para algunos en el mayor pelotazo inmobiliario de la historia de la humanidad desde que Dios recalificó el Paraíso.
Con forma de, obviamente, palmera de 16 brazos rodeado por un anillo de tierra, el diseño del artista Warren Pickering ha hecho realidad el sueño de las salamandras de Karel Capek: colonizar el agua. Para hacerse una idea, el centro de Las Vegas, con sus casinos, hoteles y demás cabe en una esquina de la península, pues eso es. Y en la otra esquina cabrían los 8.600 millones de dólares que costó urbanizar el suelo desértico de Nevada. 25.000 fue lo gastado en apilar las rocas y arena en Dubai. Luego, en factura aparte, se llevó a cabo la urbanización.
Uno de los sitios más exclusivos del planeta
El suelo ganado al océano está tan caro que cuando uno, después de bajar del rascacielos, se adentra por el 'tronco' de la palmera con el coche, no consigue ver el mar. Todo es cemento. Todo, claro está, salvo los chalets con piscina y playa privada que, distribuyéndose por las 'ramas', se han convertido en uno de los sitios más exclusivos y caros del planeta.Dos docenas de hoteles de cinco estrellas (entre ellos el inabordable Jumeirah Zabeel Saray) hacen el resto. La palmera Jumeirah sólo es la primera y la más pequeña de las otras tres palmeras a medio construir, planificadas y en proceso de amontonamiento. Sin contar, por supuesto, al mapa del mundo compuesto por islas que se adentra mucho más allá de lo que da el sentido común. Y así.
Luego, claro, uno vuelve al festival escucha a Tom Cruise de nuevo, asiste a un interesante documental sobre Yasser Arafat, se imagina haber visto a Antonio Banderas disfrazado de jeque en 'Black gold' o, ya puestos, contempla atónito a Neil Young en un deslumbrante documental de Jonathan Demme, y todo sabe a menos que nada. Y más después de haber sido testigo de dos atardeceres en un mismo día. Del hotel flotante con forma de vela Burj Al Arab y del otro hotel en construcción hundido en el mar, ni hablamos. Por cierto, ¿alguien sabe lo que es un oryx?
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