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segunda-feira, 7 de junho de 2010

Interpretar a Vivaldi en la fábrica de Volkswagen


Una violinista en un momento de 'Las cuatro estaciones'.|  Afp/Oliver Killig

Una violinista en un momento de 'Las cuatro estaciones'.| Afp/Oliver Killig

La Akademie für Alte Musik, de Berlín, fundada en 1982 en la antigua capital de la Alemania Oriental y una de las más prestigiosas orquestas de cámara del mundo, ha llevado la música de Vivaldi a una modernísima fábrica de Volkswagen.

Ver a sus integrantes interpretar música barroca, convertidos además en improvisados bailarines a pocos metros de la cadena de montaje donde se fabrica el último modelo de esa popular marca alemana, el Phaeton, es una experiencia casi surrealista.

Pero la Gläserne Fabrik (la fábrica de cristal) -un modernísimo edificio con la última tecnología para la producción de automóviles- es uno de los escenarios del festival de música de Dresde, que dirige el violonchelista Jan Vogler.

El conjunto berlinés ha presentado en el festival un programa integrado por dos piezas barrocas de dos compositores casi contemporáneos: 'Les Éléments', la más conocida de las "sinfonías de danza" del francés Jean-Féry Rebel (1666-1747) y 'Las cuatro estaciones', del veneciano Antonio Vivaldi (1678-1741).

Ambas han sido coreografiadas por el vasco Juan Kruz Díaz Esnaola, de la compañía de la alemana Sasha Waltz. En ocasiones, como ha ocurrido ahora en Dresde, participa otro bailarín y coreógrafo español: el cordobés Antonio Ruz.

En la pieza de Rebel, Ruz realiza un impresionante baile en solitario sobre el escenario jugando con los distintos elementos -agua, tierra, fuego y aire- arrastrándose como un gusano por el suelo hasta vomitar una piedra, untándose el rostro con arena, pasándose velas encendidas de un brazo a otro o chapoteando en un charco de agua.

Al final, el bailarín yace en el suelo, despojado de casi toda su ropa y en posición fetal, mientras los músicos depositan algunos de sus instrumentos sobre su cuerpo.

En 'Las Cuatro Estaciones' la propia orquesta es la coreografiada: los músicos, todos ellos auténticos virtuosos, forman corros, se suben a escaleras, se ponen pañuelos o manzanas en la cabeza, se cubren el rostro, giran como peonzas o se besan unos a otros para alejarse luego lentamente unidos por cintas rojas que salen de sus bocas. Todo ello sin dejar un momento de tocar.

El único bailarín, convertido en esta ocasión en una especie de auxiliar de los músicos, aúpa sobre sus hombros a la violinista solista, la extraordinaria Midori Seiler. La sube y baja al suelo, la zarandea como si fuera un muñeco o le coloca flechas por la espalda, mientras ella, impertérrita, sigue tocando su instrumento.

"El músico habla en sus deliciosos sonetos de los pájaros, del agua, del despertar del día, de la caza", señala el bailarín Ruz.



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