Resulta penoso y triste haber visto en los noticieros de Miami y en la primera plana de El Nuevo Herald del 18 de marzo, las imágenes de los esbirros castristas golpeando a las Damas de Blanco, quienes portaban, como única arma, sendos gladiolos y pacíficamente se encontraban en su ministerio abogando por la libertad de los presos políticos, en cuya misión también se encontraba la madre del asesinado preso político Orlando Zapata Tamayo.
El escenario de la golpiza ejecutada por policías y agentes de la Seguridad del Estado fue la iglesia de Santa Bárbara, del municipio de Arroyo Naranjo, en de La Habana, adonde acudieron las Damas de Blanco para implorarle al Todopoderoso que se detenga la barbarie que ha caído como una pesadilla draconiana sobre el cubano de a pie.
Las Damas de Blanco actuaron amparadas en el Artículo 20.1 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, según el cual ``Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y de asociación pacíficas''. La furia desatada por los mencionados esbirros viola hasta la propia Constitución socialista, la que en el artículo 54 establece: ``Los derechos de reunión, manifestación y asociación son ejercidos, entre otros, por las mujeres''. Y en su artículo 66 proclama: ``El cumplimiento estricto de la Constitución y de las leyes es un deber inexcusable de todos''.
De agentes de la autoridad, los que golpearon a las Damas de Blanco se han convertido en violadores de la ley, suscitando con ello que el pueblo cubano no pase por alto semejante atropello y cada día adquiera mayor resonancia su rechazo y repudio a un régimen implacable que lleva medio siglo de injusticias.
Mientras tanto, el exilio cubano, disperso por todo el mundo, se siente indignado por tan irracional y vulgar atropello contra indefensas mujeres que sufren la prisión injusta, ilegal y arbitraria de sus esposos desde la Primavera Negra.
Orestes Rodríguez
Miami