Manuel Pérez Bella
Manaos (Brasil), 5 dic (EFE).- Brasil va a tardar años en saber a ciencia cierta qué volumen de emisiones de dióxido de carbono (CO2) produce la tala descontrolada de la selva amazónica, factor que centrará su propuesta para la Conferencia del Clima de Copenhague.
A pesar de que el punto fuerte de la oferta voluntaria asumida por el Gobierno brasileño pasa por reducir la deforestación en un 80 por ciento para cortar en hasta un 38,9 por ciento el total de las emisiones del país, los científicos todavía no tienen seguridad de qué impacto real tendrá esta medida para el medio ambiente.
A partir del año que viene, el Instituto Nacional de Estudios de la Amazonía (INPA, sigla en portugués) va a coordinar un complejo estudio de tres años, apoyado por instituciones japonesas, para determinar la concentración y las variaciones de las reservas de CO2 en esta selva tropical.
Se va a combinar trabajo de campo para realizar un pormenorizado inventario forestal, y el uso de tecnologías punteras como satélites y radares para extrapolar los datos a escala regional, según explicaron los responsables del proyecto en un seminario en Manaos, capital del estado de Amazonas, ubicada en el corazón de la selva.
La Amazonía brasileña ocupa un área de 3,6 millones de kilómetros cuadrados, equivalentes al 42 por ciento del territorio nacional.
Los responsables del proyecto aseguran que las reservas de dióxido de carbono en la vegetación se pueden calcular por la combinación de dos factores, la masa forestal y la concentración de aire en la vegetación.
Según el científico japonés Moritoshi Ishizuka, profesor del Instituto de Estudios Forestales de Japón, el 48 por ciento del peso seco de la madera es dióxido de carbono.
"Un metro cúbico de madera equivale a 0,25 toneladas de dióxido de carbono y ese volumen, cuando se quema libera una tonelada de CO2", detalló Ishizuka.
Para precisar qué volumen de madera contiene la Amazonía, los investigadores van a continuar un trabajo de campo del INPA iniciado en 1980 y que consiste básicamente en derribar y cortar árboles para pesar la madera y determinar la concentración carbónica.
El brasileño Niro Higuchi, investigador del INPA y coordinador del estudio, explicó que se ha pasado de estudiar tres parcelas de 24 hectáreas en 1980 a las actuales 309 hectáreas repartidas en 1.039 zonas acotadas y a las que se sumarán 200 nuevas tierras a partir de 2010.
Higuchi presentó un modelo que explica el 94 por ciento de las variaciones de árboles en la Amazonía, desde los más pequeños de 8 kilogramos hasta los más mastodónticos, de 41 metros de altura y 25.600 kilogramos de peso.
Este modelo demuestra que el 69 por ciento del peso se concentra en el tronco, el 17 por ciento en las ramas finas y el 11 por ciento en las gruesas, lo que hace especialmente relevante el uso de medios tecnológicos como radares para estudiar la densidad de las copas de los árboles.
Hasta ahora, los estudios a gran escala dependen de satélites, que enfrentan limitaciones como la excesiva nubosidad en la región y la alta densidad del follaje.
En cualquier caso, los satélites serán esenciales para completar los trabajos de campo, que no se pueden extrapolar automáticamente a toda la Amazonía puesto que las características de la selva "son diferentes en cada área", en palabras del japonés Haruo Sawada, profesor de la Universidad de Tokio.
"Varían las condiciones de vegetación, temperatura, superficie y agua. Las inundaciones pueden cambiar la estructura del bosque", detalló Sawada.
Cuando se concluya el proyecto, en 2013, se contará con un mapa más preciso de los ciclos del CO2, que depende tanto de la regeneración del bosque como del crecimiento de los árboles existentes.
A la luz de los datos existentes, parece que estos dos factores combinados han contrarrestado las emisiones de C02 generadas por la deforestación incontrolada, pero los científicos alertan que el aumento de la biomasa de la Amazonía y por tanto, el control de gases por medio de la fotosíntesis, podría tener los días contados.
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