Miles de globos volaron el viernes sobre Copacabana, como símbolo de las personas que morirán violentamente en los próximos seis meses- AP
Grupos clandestinos de vigilancia patrullan los barrios nobles de la ciudad brasileña y extorsionan a sus habitantes a cambio de seguridad
JUAN ARIAS - Río de Janeiro - 30/06/2008
Ya no ocurre sólo en las favelas brasileñas, donde las milicias, los grupos ilegales de vigilancia, se han arrogado el derecho de defender a sus moradores, emulando en violencia y capacidad de chantaje a los propios traficantes de droga. Ahora, este fenómeno ha comenzado a aparecer también en las zonas urbanas más nobles de Río de Janeiro, como Copacabana, Leblón, Ipanema y Botafogo, entre otras. El resultado: pánico y preocupación entre la población.
Los ciudadanos de los barrios ricos de la ciudad están recibiendo cartas de grupos que se autodominan “grupos de apoyo” en las que se les pide una cierta cantidad de dinero para garantizar la vigilancia de la calle, que incluye la localización de individuos sospechosos y de coches abandonados, e incluso la aplicación, en ciertos casos, de la justicia por su mano. Dichos vigilantes ilegales, algunos de ellos capitaneados por ex policías, llevan chalecos antibalas y radio portátiles. Se calcula que están recogiendo al mes más dinero que los agentes de seguridad contratados por algunos particulares.
Algunas de estas milicias, hasta ahora desconocidas, tienen un comportamiento similar al de las que actúan en las favelas, lo que incluye robos y asaltos en lugares no controlados por ellos y considerados rivales, lo que, al final, también como en las favelas, no hace sino contribuir a que aumente la violencia en las calles.
Los ciudadanos están preocupados y asustados. Algunos aceptan el chantaje por miedo y pagan a las milicias. Otros reaccionan y desobedecen. En algunas ocasiones, la unión de fuerzas en una comunidad ha conseguido paralizar la acción de estos grupos clandestinos. Pero estos casos son los menos. La mayoría paga y calla.
Las milicias urbanas aprovechan los robos o asaltos en una determinada calle para ofrecer enseguida sus servicios. La policía pide a la población que colabore denunciando cada caso o cada carta que reciban de las milicias. Pero los moradores de estos barrios aseguran que las denuncias no sirven para nada, porque nunca atrapan a los culpables y porque existe el temor de que, en muchos casos, los estamentos más corruptos de la policía estén involucrados.
Para Fernando Bandeira, presidente del Sindicato de Vigilantes del Estado de Río, no cabe duda de que los vigilantes clandestinos son una verdadera milicia organizada. Sin embargo, el secretario de Seguridad del mismo Estado, José Mariano Beltrame, opina que aún no pueden ser considerados una milicia, pero sí un peligro que es preciso erradicar. La Policía Federal, entretanto, ha preferido no pronunciarse por el momento.
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