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domingo, 22 de maio de 2011

Cannes aumenta la leyenda de Terrence Malick


Brad Pitt, el protagonista de la película.| Ap

Brad Pitt, el protagonista de la película.| Ap

  • 'El árbol de la vida', un proyecto de 40 años, consigue la Palma de Oro
  • Kirsten Dunst, que actúa en el filme de Lars Von Trier, mejor actriz

Es cuestión de biología. O de mecanismo adaptativo, lo grande sólo puede juntarse con lo grande. Imaginemos un dinosaurio. ¿Con quién se puede ir de copas? Por necesidad con alguien de su tamaño. ¿Y una hormiga? Exceptuado el extraño caso de la hormiga que dio a luz un oso hormiguero, todo en la naturaleza sigue su curso.

'El árbol de la vida', de Terrence Malick, es una película grande. Probablemente, el mayor de los empeños, con permiso de '2001 una odisea del espacio', al que se ha enfrentado un simple y mortal cineasta: la historia entera de la vida. Desde la célula al dinosaurio de antes (que sale en la película) pasando por una familia de Texas cuyo padre es Brad Pitt. Así de grande.

Como quiera que las cosas grandes acaban con las cosas grandes, estaba claro que sólo el festival de Cannes podía hacerse cargo de algo tan desproporcionado. Sólo lo gigante cabe en el cuerpo de un gigante. Dicho y hecho, le tocó la Palma de Oro. ¿Hay algo más inmenso que ese premio? Hasta Almodóvar lo tiene claro.

El jurado presidido por Robert De Niro no hizo otra cosa que rendirse a la evidencia y conceder el mayor de los premios a lo MAYOR, así en mayúsculas. De poco le importó que la película resulte por momentos tan imprecisa y elíptica como cargante. Fallida, quizá. O que el delirio 'new age' sea a la vez delirante y tontorrón.

También es cierto (y lo es de forma incuestionable) que todo el metraje que discurre encerrado en la vida de la familia resulta tan convincente, iluminado y preciso que no queda otra que rendirse y, ya que estamos, reconocer el genio de uno de los tipos más peculiares que ha dado el cine. Pocas veces la infancia ha sido retratada de manera tan certera.

Pero la película es todo con la misma convicción que se queda en nada. Tan infectada de sí misma que es capaz de abrumar, enamorar y marear con idéntica fuerza. Recuérdese, se trata de un proyecto en el que el director empezó a pensar hace 40 años y que ha pasado por cinco montadores enfrentados a kilómetros y kilómetros de celuloide. Más grande que esto, la derrota del PSOE y poco más.

El palmarés

Por lo demás, en un festival en el que ha faltado la película incuestionable, bueno es un palmarés en el que junto a la ambiciosa ambición del ganador reposan dos obras también grandes, aunque sea por motivos y con razones bien diversas. Si se quiere, y como la de Malick, también ellas hablan de la vida. Pero sin la música de Mahler de fondo.

Hablamos del Gran Premio del Jurado. Ex aequo, el turco Nuri Bilge Ceylan y los muy belgas hermanos Dardenne fueron señalados con todos los honores. El primero, gracias a 'Once upon a time in Anatolia', puede presumir de ser la más agradable sorpresa de todo el festival.

Programada a traición el último día, pocos eran los que daban un suspiro por esta incontrovertible y durísima autopsia (la película es un viaje a través de la noche a la búsqueda de un muerto) de, en efecto, la vida. Con éste, son ya tres los premios mayores de Cannes que acumula el director de cintas como 'Lejano' y 'Les trois singes'.

Justo a su lado, los Dardenne. Desde que en 1999 ganaron la primera de sus dos palmas con 'Rosetta', no ha habido cinta suya que no haya recibido premio en la Riviera fancesa. 'Le gamin au vélo' es otra vez lo mismo, pero perfeccionado en su modesta e iluminada sencillez. En manos de estos maestros, la realidad es un delicado material inflamable que estalla en cada gesto. Con paso firme y una puesta en escena tan delicada como rigurosa, el drama de un chaval abandonado por su padre, se convierte a los ojos del espectador en un moderno cuento de hadas.

Susurrada al oído, la narración aterra, tranquiliza y, lo más importante, emociona. Todo junto. Es como contemplar la vida, pero justo desde la parte de atrás de la pantalla en la que se proyecta 'El árbol de la vida'. Una turca y una belga. Qué dos grandes películas, que dos buenas razones para el entusiasmo.

Por lo demás, la lista de ganadores dejó hueco a otras tres películas bien notables. 'Drive', del danés Nicolas Winding Refn, es un homenaje al cine americano de los 80 que en cuanto toca la retina, ¡pum!, explota. Con un Ryan Gosling tan frío como la panza fría de un pez muerto (y frío), la cinta pasea por la imaginación nocturna de cualqueir cinéfilo con una convicción que seca la garganta. Lo que viene siendo un auténtico placer. Y, por tanto, es justo que el director (con 30 años y seis películas que hay que ver) haya tenido su sitio.

'The artist', la película muda (sí, sin palabras) del francés Michel Hazanavicius, y 'Melancholia', del >verborreico pisacharcos Lars Von Trier, fueron citadas por sus intérpretes. Brillante Jean Dujardin; intensa Kirsten Dunst. Y tú, Von Trier, chitón.

¿Y Almodóvar? Almodóvar, agua. A eso de las dos de la tarde, el equipo completo de 'La piel que habito' recibía la pésima noticia: no había noticia. Algo hace pensar que la Palma de Oro empieza a ser una maldición para el manchego. Cuatro veces ha competido y cada vez se ha ido alejando más del preciado galardón.

La primera vez con 'Todo sobre mi madre' llegó al día de la clausura como favorito absoluto. Se quedó con la mención como director. La segunda, con 'Volver', fueron las actrices y el guión los señalados.

Con 'Los abrazos rotos' y ésta... nada (aunque, todo sea dicho, la fotografía de José Luis Alcaine, sí puntuó). Como Aki Kaurismäki, otro de los favoritos del día, la cosa se quedó en eso: en quedarse.

Para el final del día, quedaba la constancia de una Palma de Oro grande, como los burros grandes. Ande o no ande. Lo del oso hormiguero todavía nos tiene hablando solos.







LAST

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