LAGOS (AFP) - Las brutales erupciones de violencia religiosa y entre etnias en Nigeria, como las que se producen en Jos (centro), son una constante en la vida de este país de 150 millones de habitantes, donde la miseria endémica y la manipulación política azuzan los conflictos.
Una pequeña chispa basta para despertar divisiones y provocar sangrientos enfrentamientos: en noviembre de 2008 fue el cuestionado resultado de una elección local lo que provocó más de 200 muertos, 700 según Human Rights Watch.
En septiembre de 2001, más de 900 personas ya perecieron en la misma ciudad. Un poco más al norte, en Kaduna, 2.000 a 3000 personas murieron en enfrentamientos durante una manifestación de cristianos contra la sharia, la ley islámica.
Esta vez, se trata aparentemente de una banal querella lo que originó los disturbios en esta ciudad de 500.000 habitantes: el propietario musulmán cuya casa fue destruida en 2008 habría invadido el terreno de su vecino cristiano para reconstruirla.
Ya se sabe lo ocurrido después: al menos 300 muertos y 50.000 desplazados.
Sean cuales fueren los conflictos, el poder federal está obligado a reprimir con fuerza los desmanes, consciente de su repercusión en un país dividido a partes iguales entre musulmanes del norte y cristianos del sur.
"Es una crisis de más, capaz de debilitar aún más los vínculos de nuestro país", declaraba el martes el vicepresidente Goodluck Jonathan.
Cristiano del sur, Jonathan asegura interinamente el poder debido a la ausencia desde hace dos meses del presidente Yar'adua, musulmán del norte, hospitalizado en Arabia Saudita desde fines de noviembre.
Jonathan envió el ejército a Jos con instrucciones de actuar con firmeza para evitar una espiral de represalias: la mayoría de los muertos son musulmanes, pero también de la etnia hausa, el gran grupo del norte.
El Estado de la Llanura, cuya capital es Jos, está situado en la región conocida como el "Middle Belt", donde se encuentran, y chocan, las placas tectónicas religiosas y étnicas.
La inmigración hausa hacia este "Middle Belt" no es nueva, pero en un contexto de pauperización creciente del norte --donde además 12 estados instauraron la ley islámica en 2000-- la cohabitación es cada vez más difícil.
"No se trata de una crisis religiosa. La población de Jos está profundamente dividida entre etnias" afirma el secretario general del Consejo de Asuntos Islámicos de Nigeria, Lateef Adegbite.
Para el arzobispo de Jos, monseñor Ignatius Ayau Kaigama, las verdaderas causas hay que buscarlas en las luchas de influencias políticas y económicas que libran los notables locales.
Para el padre católico Matthew Hassan Kukah, estos enfrentamientos son de hecho "el resultado de los fallos de diversos órganos del gobierno federal".
Esta acusación es usual, a saber, la instrumentalización de las rivalidades étnico-religiosas en provecho de ambiciones personales.
Abuja, sede del poder federal, suele además ser acusado de haber cerrado los ojos ante la emergencia en el norte del fundamentalismo islamista en una zona donde el "caldo de cultivo era propicio", según los observadores.
"Estas manipulaciones políticas son una amenaza seria para la unidad nacional", advierte Shehu Sani, autor de un reciente libro sobre la violencia religiosa en el norte de Nigeria.
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