Un espacio sin obra es la propuesta más rompedora de la edición - Se busca evidenciar la crisis del arte - El resultado irrita y entusiasma por igual
ÁNGELES GARCÍA - São Paulo - 24/10/2008
Los 12.000 metros cuadrados de la segunda planta de la Bienal de São Paulo parecen el aparcamiento de un aeropuerto moderno a la hora de menor tráfico aéreo. Un vacío total. Sólo roto por dos filas de columnas y cercado por grandes cristaleras a las que se asoman azaleas gigantes. Tal como había anunciado hace meses el comisario de la cita, Ivo Mesquita, la propuesta de este año es la nada. Con este gesto se pretende evidenciar la crisis del arte actual. De ese modo, cada cual puede imaginar su propuesta. O, quién sabe, quedarse con la mera experiencia arquitectónica.
El certamen ocupa uno de los edificios más espectaculares de Óscar Niemeyer
Puede ser, como sucede mucho en el arte últimamente, el colmo de la democracia cultural. O el colmo de la cara dura. "En el mundo hay más de doscientas bienales", argumenta Mesquita, "que parecen estar interesadas en ver cuál es más grande. Creo que en este momento, una bienal sólo tiene sentido si demuestra capacidad analítica y crítica".
En las otras dos plantas que conforman la propuesta, sí hay obra. La de 42 artistas procedentes de 22 países. Marina Abramovic, Sophie Calle, Joan Jonas o la española Cristina Lucas son algunos de los nombres más conocidos. Un maratón de acciones y performances completan esta peculiar edición. A partir del domingo, cuando cada cual tendrá su propia opinión.
El pabellón de la bienal, uno de los edificios más espectaculares y representativos de Óscar Niemeyer, está en la zona alta de São Paulo. Imponente y rodeado de vegetación, la paz que forman el blanco y el verde se rompe permanentemente con el tráfico infernal que desde primera hora sufre esta ciudad cuya área metropolitana pasa de los 23 millones de habitantes. Pese al molesto concierto de motores, el ruido de los helicópteros que desplazan a los ejecutivos o el fuerte olor a gasolina quemada, ni la polución ni otras molestias del mundo contemporáneo son los temas de esta bienal. Ni ruido ni olor. La estrella es el vacío. Ivo Mesquita aclaró ayer que su propuesta de jugar con el vacío no tiene nada que ver con la crisis económica ni con la que sufre esta institución. "Esa segunda planta está llena de luz. Es una invitación a crear y a imaginar. Creo que es una experiencia arquitectónica que juega con el edificio de Niemeyer. Así hay que verlo".
¿Y qué es lo que el visitante encuentra en las zonas destinadas a exposición en el concepto convencional? También aquí hay diferencias con otras bienales. No hay separadores entre las piezas de cada artista. Los ambientes se aíslan con un mobiliario de madera y pequeño tamaño, diseñado por el colombiano Gabriel Sierra. Los artistas han utilizado esos muebles como si fueran rompecabezas o muebles vitrina.
El artista español Javier Peñafiel, de 44 años, se mostraba ayer contento con la propuesta de la bienal. En su espacio ofrece primero una agenda en la que se recogen sus reflexiones plasmadas tras 12 semanas de inmersión artística en São Paulo. "Hablo del casino financiero en el que vivimos y de todo aquello que se me ocurre". De la agenda se pasa a contemplar un vídeo en el que se muestra cómo trabaja y, finalmente, una conferencia dramatizada, que servirá para dialogar con el público.
A Peñafiel le parece brillante la propuesta de Mesquita. Y lo cierto es que no hay otro tema de conversación en los corrillos de galeristas y creadores. Se habla sin cesar. Aunque la pregunta es una sola: "¿Qué haría usted con ese espacio?". La propuesta irrita y entusiasma a partes iguales. Jugar con la metáfora de los vacíos activos suena a algo demasiado visto. Más de uno interpreta la propuesta como la evidencia de la falta de ideas. El diario Folha de São Paulo recogía el miércoles una encuesta entre nombres representativos del mundo del arte en Brasil. La creadora Beatriz Milhares duda de que ésta sea siquiera una propuesta poética. Aunque se daría por satisfecha si el golpe de efecto sirviera para sacudir al certamen de la inercia que lo estrangula desde hace tiempo.
El comisario de exposiciones, Teixeira Coelho, responde que en el espacio vacío colocaría 500 sofás, "así, por lo menos, la gente podría sentarse un poco". La videoartista Ana María Tavares aplaude la idea. "Yo no pondría nada", contesta, "hay muchos artistas que merecerían ser exhibidos. Aunque el vacío me parece una idea respetable". El también artista José Resende opina que todo esto nos lleva a un punto cero del que puede surgir una auténtica renovación en el concepto de la obra de arte.
Sea como sea, a tanta sorpresa cabe añadir otra. Ver al centenario arquitecto Óscar Niemeyer en el centro de una polémica de rabioso arte contemporáneo. Después de todo, su bellísimo edificio, esencia del modernismo y de arquitectura brasileña, es el que alberga el vacío.
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